Contribuyentes

domingo, 26 de junio de 2016

La Mesa 7

Volví por la autopista a velocidad  intencionadamente reducida. Lo suficientemente despacio como para no justificar el gasto de cada peaje, -unos 80 o 90 kilómetros por hora-, y que los 150 km que me separaban de la realidad, durasen unos minutos mas.

Igual que cuando volvía del festival de Ortigueira: Despacio. Recordando cada detalle muchas veces con la intención de grabarlo a fuego en mi memoria.

Esta vez no volvía de Ortigueira. De hecho, han pasado ya ¿13 años? de la ultima vez.  Imagino que debería de haber repasado mas veces cada detalle. Al final, muchas de las caras y contextos se me han olvidado.

En esta ocasión, en A Coruña, uno de los miembros de aquel grupo intercéltico, había contraído matrimonio. Y desde aquel festival donde nos arremolinábamos alrededor de una hoguera decenas de conocidos y desconocidos, han pasado ya los años suficientes, como para que cada uno tomase su rumbo en la vida.

Muchos de aquellos jóvenes de 16, 18 o 20 años, hoy, 13 años después, estaban ante mi cámara:
Rodrigo, -el novio-, se ha establecido en Madrid, donde conoció a la que a estas horas es ya su mujer, Laura.

Algunos de nosotros nos seguimos por las redes sociales, pero lo hacemos, -al menos en mi caso-, por que nos negamos a desprendernos definitivamente de una parte de nuestras vidas que hemos disfrutado con tanta intensidad, aunque hablemos poco o nada.
Personalmente, disfruto leyendo sus comentarios, viendo sus fotos y, en definitiva, asegurándome que están bien y prosperan. A pesar de no añadir mas que un simple "me gusta" de vez en cuando.
El día que se cierre Facebook, perderé un trocito muy importante de mi vida.

Los derroteros de la vida me han llevado, entre otras cosas, a realizar foto-reportajes de bodas. No me considero un buen fotógrafo, aunque tuviese los mejores maestros y miles de personas me sigan por las diferentes redes sociales. Siempre tengo la sensación de hacerlo mal. Y pocas veces puedo sacudirme esa sensación de encima. De hecho, esa sensación se incrementa hasta convertirse casi en un conato de estress, cuando el reportaje es para algún familiar o amigo.

Pero acepté la petición de Rodrigo, tras haber sido recomendado por un muy buen amigo, quien me ha ayudado emocionalmente muchas mas veces de las que el se imagina y yo le he admitido,y con el que compartiría mesa, y la acepté por varios motivos: El mas importante es la irrepetible oportunidad de verlos de nuevo a casi todos juntos, pues actualmente están repartidos por diferentes ciudades, países e incluso continentes.
Si, es cierto que yo fui a trabajar, pero me han reservado un lugar junto al resto de los invitados, -como uno mas-, algo que creo, no le he agradecido suficiente.

La época de Ortigueira, -mas allá del significado festivo que para casi todo el mundo tiene-, para mi supuso una época de auto-conocimiento. De análisis personal. Muchas veces he intentado definir con adjetivos lo que sentía en aquella circunstancia, y pocas veces lo he conseguido. Es algo que sigo sintiendo cada vez que lo recuerdo.

La felicidad y la alegría de todos los que me rodeaban era suficiente para mi, hasta el punto que yo no tenia que intervenir. Me bastaba con estar junto a ellos. O sentarme en aquella pequeña loma, a unos pocos metros recostado en aquel pino, observándolos, En ocasiones participar con mi darbuca, siendo uno mas en aquella legión de percusionistas que junto a una gran hoguera compartíamos la misma sensación, me permitía ir un paso mas allá en estas sensaciones que he analizado una y mil veces. Por aquel entonces tenia veintitantos

Hoy tengo cuarenta y uno.
Y en la mesa 7 de la boda de Rodrigo y Laura nos encontrábamos parte de los que, por entonces, compartíamos hoguera y calimocho.
Repartidos entre las mesas vecinas, podía observar a familiares, amigos y mas caras conocidas de la época de Ortigueira.

En algún momento, seguro que alguien ha pesando que soy un poco idiota, pues cada cara de entonces con la que me topaba hoy en el restaurante, producía en mi una especie de...no sé si llamar flashback, y durante algunos segundos mas de los necesarios me quedaba mirando fijamente al sujeto, recordando aquellos momentos, analizando los cambios físicos fruto de todos estos años, viendo a quien tenia al lado, en algunos casos mujer e hijos, en otros anillo de compromiso, en otros la ausencia de unas enormes y hermosas rastas que eran la envidia de los presentes...

Caras que solo había visto una vez, caras que había visto mas veces pero no lograba ubicar en el espacio ni en el tiempo, caras que me conocían a mi pero no al revés...pero sobre todas esas sensaciones, una: La amistad. El amor. la felicidad en su estado mas puro y cristalino. Tanto, que me cuesta , retener el líquido elemento es su depósito lacrimal. De hecho, se acaba de desbordar. Otra vez.

Durante la ceremonia, en ocasiones fue complicado el enfoque, debido a la distorsión que ocasionaba una lagrima entre mi ojo, mi lentilla y el visor de mi cámara. Y en mas de una ocasión, -lo confieso-, he simulado tomar una fotografía para que nadie me viese llorar.

Son unas personas, a las que admiro profundamente. Y que desprenden alegría y positividad de forma constante, algo a lo que no sé si estoy acostumbrado.
A cada amigo que desfilaba por aquel micrófono relatando de forma mas o menos jocosa, divertida o sentida alguna de las vivencias con los novios, aumentaba mi nivel de emotividad. Supongo que el de todos los presentes.

Imagino que he llegado a sentir algo bastante parecido a lo que sentía por entonces, en Ortigueira, pero esta vez no me he sabido contener. Quizás por que esta puede ser la última vez que sea partícipe de su felicidad y temo que la mía, no tenga semejante nivel de calidad y calidez.

Rodrigo y Laura no necesitan que yo les desee lo mejor por que ya se tienen el uno al otro, y una cantidad ingente de buenísimos amigos. Pero estoy convencido que saben que pienso en esa dirección.

Y en estas cosas pensaba yo, sentado en la Mesa Siete.



No hay comentarios:

Publicar un comentario