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viernes, 7 de abril de 2017

De Eutanasia

Sólo han transcurrido dos minutos. A duras penas consigo ver el reloj, llorando sentada en el rellano de la entrada al portal de mi edificio.
Jose Antonio, mi marido, -o quizás difunto marido, todavía no lo sé-, no pudo soportar mas esa terrible enfermedad que lo apagaba físicamente, poco a poco.
Como el ha dicho, cuando te diagnostican ELA, te dan tu sentencia de muerte.

Con el paso de los días ves como se apaga poco a poco; Un día le cuesta mover un brazo, otro no es capaz de atarse los cordones, vestirse, darse la vuelta en la cama, limpiarse el culo...
Lo físico se degrada a gran velocidad, pero la cabeza  le funciona igual de bien. O mejor. De hecho, le funciona tan bien, que es casi lo único que puede utilizar de su cuerpo, lo que le crea una enorme agonía al comprobar como quienes le rodean se desviven hasta extremos indescriptibles para hacerle mas llevadera la enfermedad.

Pero el sabia, -todos lo sabíamos-, cual seria el final. Ignorábamos la forma, el día, el lugar...y tampoco queríamos halar de ello. Albergábamos la utópica esperanza de que, al menos, no empeorase.

Un día, entre sorbo y sorbo por la pajita en la que bebía me dijo: "No puedo mas. Quiero que esto termine por el bien de todos. Quiero terminar con mi sufrimiento, con el tuyo, con el de los niños..."

-No digas tonterías Jose Antonio, le dije yo. Seguro que pronto sacarán un medicamento, con lo que avanza la medicina y...

No ! -me interrumpió el;
He buscado información en Internet, he localizado unos medicamentos que me permitirán dormir sin sufrir. Dormirme para siempre, ¿entiendes?..

Guardé silencio con los ojos instantáneamente vidriosos, mientras el respiraba con dificultad, esperando a que continuase.
En España, -añadió-, no está permitida la Eutanasia. El suicidio asistido, o la colaboración, incluso en casos como el mio, están penados por la ley. Acabaríais en la cárcel, por eso tengo que hacerlo sólo.

Guardamos silencio y nos miramos. Nos abrazamos. Se estaba despidiendo y yo no podía ser tan egoísta como para retenerlo conmigo mientras el sufría.
Pero no quería que se fuera. Pero no quería que sufriera. Pero...

La semana pasada, -continuó rompiendo el silencio-, he consultado todo con el de la gestoría, un abogado y Paco que trabaja en el hospital, y me han informado bien, 
Ellos no pueden intervenir. Ni siquiera puedo mencionarlos, pero  he dispuesto todo para que tu y los niños no tengáis ningún problema.



Solo han pasado cuatro minutos. Mi vecina Isabel que llega de hacer la compra está entrando y corre hacia mi.
¿Que te ocurre?, me pregunta.
¿por qué lloras? ¿Te han hecho algo...?

Es Jose Antonio, alcanzo a decirle entre sollozos.
¿Es hoy?, me pregunta.
Sí.
Se sienta a mi lado en el segundo escalón y me abraza en silencio.


Así es mas o menos como me imagino la clandestinidad de la eutanasia, debido a que en este país no existe una ley que regule la posibilidad de decidir sobre nuestras propias vidas en casos de enfermedad incurable.
Clandestinidad, soledad, riesgo físico y legal para el afectado y sus familiares y amigos, que ademas de soportar una gran perdida, serán posteriormente investigados y quizás juzgados.

Me imagino la muerte de Jose Antonio sólo, en el salón de su casa, sin que su mujer sea lo ultimo que vea antes de quedarse dormido. Ante una cámara de vídeo, reivindicando un derecho que nos pertenece por el simple hecho de haber nacido.

Me imagino a su mujer destrozada en el fondo de las escaleras, esperando el tiempo pactado para no verse involucrada, y evitar la tentación de llamar al 112 .

Me imagino el egoísmo de los políticos, ajenos a la realidad de los ciudadanos, decidiendo las leyes que ellos quieren, sin contar con nosotros.

Me imagino cambien las vidas de las personas que les votan...



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